Justus von
Liebig, que llevaba días de haber creado el espejo, lo encontró en el preciso
instante en que intentaba tocar su reflejo y lo convenció de que su invento era mejor para mirarse.
Mientras lo llevaba a casa, las mujeres quedaron encantadas con el joven; pero,
por más que clamaban por él, no volvieron a verlo. Había preferido el encierro
en compañía del nuevo invento.
Después de
varios días, Justus quiso botarlo de su casa; pero no pudo hacer justicia, pues
el joven apuesto ya no estaba.
De
tanto atisbar su rostro, Narciso se había ahogado en el pequeño y
sofisticado lago del espejo.
De "Microficciones", Adolfo Flores
De "Microficciones", Adolfo Flores