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📚La intrusa | Pedro Orgambide
Ella tuvo la culpa, señor Juez. Hasta
entonces, hasta el día en que llegó, nadie se quejó de mi conducta. Puedo
decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en llegar a la oficina y el
último en irme. Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás me olvidé de
cubrir la máquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis propias manos
el papel carbónico.
El año pasado, sin ir muy lejos, recibí una
medalla del mismo gerente. En cuanto a ésa, me pareció sospechosa desde el
primer momento. Vino con tantas ínfulas a la oficina. Además ¡qué
exageración! recibirla con un discurso, como si fuera una princesa. Yo seguí
trabajando como si nada pasara. Los otros se deshacían en elogios. Alguno
deslumbrado, se atrevía a rozarla con la mano. ¿Cree usted que yo me inmuté por
eso, Señor Juez? No. Tengo mis principios y no los voy a cambiar de un día para
el otro. Pero hay cosas que colman la medida. La intrusa, poco a poco, me fue
invadiendo. Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró un tónico, pero sin
resultado. ¡Si hasta se me caía el pelo, señor, y soñaba con ella! Todo lo
soporté, todo. Menos lo de ayer. «González -me dijo el Gerente- lamento decirle
que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios». Veinte años, Señor
Juez, veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y
yo, que nunca dije una mala palabra, la insulté. Sí, confieso que la insulté,
señor Juez, y que le pegué con todas mis fuerzas. Fui yo quien le dio con el fierro.
Le gritaba y estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera, la vida
de un hombre honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable
computadora, por un pedazo de lata, como quien dice.
📚Comprensión lectora
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