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Lectura: «Valses, rajes y cortejos»

Meditación del impuntual

José Carlos Mariátegui

La impuntualidad es la consecuencia de un desorden en la relación con el mundo. El impuntual piensa que puede hacerlo todo: vivir y trabajar, descansar, amar y hacer el bien (o el mal), comprar en el mercado, leer el periódico, ser amigo, esposo, padre, empleado. Cree que puede lograr ser muchas personas en una sola vida.

No es que el tiempo le quede siempre corto. Es que cree que la vida es demasiado larga. El impuntual es un iluso y un irresponsable porque cree que el mundo es alcanzable, que el tiempo es amplio y que su relación con él es ilimitada. Llega tarde a todos sitios porque es un idealista que piensa que puede hacerlo todo y con todos. En su generosidad, el impuntual piensa que las coordenadas del tiempo y del espacio también son generosas.

Si llega tarde porque estaba leyendo un cuento a sus hijos o jugando o tomando una cerveza en el jardín de su casa o viendo una película de Hitchcock o trabajando en la oficina, es porque había vivido - vive - bajo la incómoda ilusión de que es posible tener muchas identidades a pesar de las estrechas medidas que nuestra humanidad nos dicta. El impuntual se rebela contra la realidad. Tiene el anhelo de la multiplicidad, de la variedad, de la riqueza, de una realidad distinta y distante. Es un frustrado permanente.

Ser impuntual es consecuencia de un exceso de confianza, de generosidad, insensatez y vanidad.

Los puntuales, por el contrario, son seres sabios y mezquinos. Saben que no pueden ser muchos hombres sino apenas uno. Para el puntual, la realidad existe para conocerla y coincidir con ella, y sabe que tiene que vivir para ponerle coto.

El puntual es un realista. Puesto que conoce el mundo (y su expresión inmaterial, el tiempo), puede llegar a un acuerdo con él. El impuntual quiere derrotar al mundo, cree que puede ser y hacer mucho, pero su optimismo siempre es castigado por el tiempo social del reloj. Llega tarde a un lugar nuevo porque quiso hacer demasiado en el lugar anterior.

Modos de coexistir con la marcha del tiempo, de adecuarnos a su condición implacable, la puntualidad y la impuntualidad expresan un modo de ser y de existir.

Los puntuales despiertan respeto y consideración, aunque por más breve tiempo. Son, por definición, derrotados que no aprenden, pero que en cierto modo enseñan. Sin ellos, el mundo no sería tan variado, pero si proliferaran, se instauraría el caos. Los puntuales están de acuerdo con el mundo, y los impuntuales, en contra.

Una de las grandes revoluciones de la vida peruana en los últimos años es que somos más puntuales que antes. Los programas de televisión, a diferencia de lo que ocurría hace treinta años, empiezan a una hora precisa. El desarrollo de la publicidad, el mercadeo, las finanzas, el desarrollo del dinero han obligado a los peruanos a una percepción justa y colectiva del tiempo.

Sin embargo, lejos del dinero, en los ritos de la amistad, se supone largamente aún la licencia de la impuntualidad. Las invitaciones a las casas, las reuniones amicales, exigen la impuntualidad como una garantía del afecto.

Quien llega puntual a una invitación a cenar en casa de un amigo crea un problema en los preparativos de la reunión. Sin embargo, también hay que recordar que el exceso de la tardanza es sancionado. «Llegó tardísimo» es una acusación, aunque «llegó tarde» no necesariamente. Las citas de trabajo, en cambio, no toleran una impuntualidad excesiva. La impuntualidad (tolerarla) es, entre nosotros, un gesto de amistad.

Termino este texto rápido. Estoy atrasado, pero no mucho.