Uno
En uno de los mejores
microcuentos que se han escrito en nuestra lengua: Tatuaje, Ednodio Quinteros principia una historia de pasión
diciendo: “Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las
islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje…”, y
luego agrega que, en la noche misma de la boda: “… dibujó en el vientre de la
mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal”. Pero como la felicidad está
condenada a ser breve: “En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña
enfermedad contraída en las islas pantanosas del este”, y murió. Entonces, Quinteros
nos acerca a ese desenlace impredecible que aún no revelaremos: “El otro,
hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y
recatada, fue cediendo terreno. (…). La noche convenida ella lo aguardó desnuda
en la penumbra del cuarto…”.
Esta
joya de lo breve bien puede servir para ensayar una lista de ingredientes que hacen
que un microcuento sea efectivo como artefacto de narración.
En
primer lugar, tiene tensión narrativa. Si Cortázar decía que el novelista gana
por demolición, pero el cuentista por knock
out; el knock out de un
microcuentista tendría que ser fulminante: mortal. La tensión narrativa permite
que el lector se mantenga permanentemente interesado en lo que va a ocurrir en
el cuento. Aunque es difícil que, por su brevedad, un microcuento llegue a aburrir,
la falta de tensión narrativa puede volverlo soso y predecible.
En
segundo lugar, tiene el poder de sorprendernos. Un buen microcuento siempre
sorprende al lector, apunta a su intelecto, además de su sensibilidad, y hace
que se cuestione lo sabido; el microcuento enfoca la realidad que todos
conocemos desde un ángulo o con una mirada inéditos que provocan dicha
sorpresa. Si el desenlace del cuento Tatuaje
fuese que el marido no muriera, y matara al otro con un puñal, eso sería muy
predecible y no nos produciría el conflicto cognitivo que este cuento nos
produce. La sorpresa viene dada por el hecho fantástico de que un puñal
simplemente dibujado en el vientre de la mujer pueda matar a un hombre.
El
buen microcuento, como se desprende de lo anterior, siempre es original. Ya sea
que presente recursos técnicos y formales novedosos o que exponga una idea
nueva o presentada como nueva, siempre tiene un aroma de originalidad. Si en la
actualidad alguien escribiera un microcuento sobre un hombre que despertó
convertido en un insecto, estaría condenado al fracaso. El microcuento que vale
la pena contar es aquel en el que un insecto ha estado soñando que era un
hombre y, de pronto, despierta a su cruda realidad.
Señalamos
estos caracteres que singularizan el microcuento, pero no habría que dejar de
recordar que el uso de recursos lingüísticos y semánticos embellecen un texto
narrativo: en el caso de Tatuaje, los
adjetivos que emplea el autor: hermoso,
enigmático y afilado para referirse al puñal; la referencia remota a islas pantanosas del este que le dan exotismo a la narración; el
otro, hombre de tierra firme que es
una referencia descriptiva que, pese a su simplicidad, ubica a los hombres en
mundos totalmente diferentes (el mar – la tierra firme) lo que enfatiza su
antagonismo; por citar algunos ejemplos de este formidable microcuento.
Dos
De
entre todas las metáforas que se gastan para referirse al arte de narrar: esculpir, maquinar, tramar; nos
resulta propicia para estas Microficciones la de narrar como escarbar; porque escarbar en la memoria
colectiva es, precisamente, lo que hace Adolfo Flores; pero no siempre para
revelar, sino más bien para cuestionar y rehacer esa memoria, que en algunos
relatos es la Historia de todos los hombres.
Microficciones es un manojo de
relatos misceláneos en los que, en la mejor tradición latinoamericana, predomina
la fantasía y es recurrente el tema del sueño; pero también la ciencia ficción;
empero se trata de una ciencia ficción inquietante por la carga de pasado, más
que de futuro que contiene, y porque deja en el lector una vaga sensación de incertidumbre
sobre lo humano y su destino. De hecho, se puede decir que en muchas ocasiones en
sus relatos, Adolfo Flores parece no querer convencernos de nada, únicamente
inquietarnos.
Tres
Microficciones
reúne los ingredientes de los artefactos narrativos potentes: tiene la tensión
narrativa del arco que lanza una buena flecha, nos sorprende por su originalidad;
además de que con los recursos lingüísticos y semánticos que el autor
despliega, nos conmueve, divierte e interroga. Helos aquí, estos relatos nietos
de Borges que Lengash ofrece para tu placer estético, estimado lector.
José Lalupú Valladolid