Imprecisiones del sueño

©Adolfo Flores


El hombre soñó ser un dragón, soberano y aventurero, capaz de acariciar las nubes.

Siempre era el mismo sueño, un símbolo de belleza en su vida, una experiencia que las palabras no lograban describir. Pero había una situación desagradable en esa belleza que lo aturdía: retornar a la realidad, pues el sueño lo expulsaba bruscamente como si no lo deseara ahí por mucho tiempo. El dragón se estrellaba contra el suelo. Siempre trató de tomar el control, pero lamentablemente no dependía de él.

Sus ansias de tomar el control, lo llevaron a despojarse de sus visitas oníricas. Tres noches le bastaron para llegar a las cuevas donde se refugiaba la bruja de la isla. Solo ella podía ayudarlo a tomar el control, a dar fin al sufrimiento onírico y así rescatar su cuerpo de dragón. Sin pedirle nada a cambio, la mujer marchita accedió a su ruego, pues era su último día en el mundo terrenal de la isla. Al parecer, la solución era sencilla para la bruja, pues miró el bosque y le dijo: «Sueña con ese dragón una vez más y al morir te convertirás en ello». Al instante, la mujer se volvió una mariposa negra. Ante sus ojos, volaba la prueba fehaciente de la materialización de cuerpos oníricos.

Desesperado, ocupó la casa de la bruja y cubrió todo espacio que dejara filtrar el sol. Se acostó con delicadeza como si tuviera miedo de arruinar el consejo de la bruja. Intentó volver a soñar con el dragón, pero los sueños no daban en el blanco o quizá el dragón de su interior no deseaba salir.

Cansado de intentar su objetivo, latidos antes de su muerte, volvió a soñar con el dragón.

Era una lástima, sin embargo. La criatura había muerto por la ausencia del hombre, extraviado de camino al sueño.


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