Imagen tomada de TV Perú
 

📚ARROZ CON BODA | José Lalupú Valladolid

 

El arroz con boda sólo se come en Bernal. No existe otro lugar en el mundo donde lo preparen —asegura Jorge Tume—. Y en Bernal, el más rico es el que prepara mi tía Virginia.

A Bernal ya se puede llegar directamente desde Piura en transportes Rosa Yolanda. Una hora de viaje como máximo y ya puede uno poner pie en la tierra de los Cantaritos de oro y el pintor Juan Tume Chunga; cuna de la danza Los Garibaldis, y Capital del carnaval piurano. “Dile al chofer que te deje en el parque Miguel Grau”, me ha dicho Jorge Tume (Koky para los amigos) al teléfono. De ahí al local de la tía Virginia Tume hay un solo paso. Es domingo, el único día de la semana en que se puede degustar el arroz con boda en Bernal.

Ya en el local de la tía Virginia nos recibe un enorme cuadro del pintor Teodoro Ayala. La pintura gobierna la pared principal; “porque hasta las paredes tienen categorías”, decía Ribeyro, y muestra el plato rey de este lugar: el arroz con boda, pescado pasado por agua caliente y ají de vieja: ese es el nombre completo del platillo. El plato con el nombre más largo del mundo, afirma Koky orgullosísimo; y pide uno ipso facto.

Mientras esperamos, Tume dirá que la mejor chicha de Piura es la que se toma en Bernal. Escéptico acepto probarla. La jarra de la blanquita viene de inmediato. ¡Para que llenes porongos!, grita Tume. La pruebo, y, en efecto, es bebida de dioses tallanes.


La tía Virginia nos trae personalmente el arroz con boda. Es un plato majestuoso, hay que decirlo, y contundente. Combina la tibia blancura del arroz graneado, el carácter del maíz amarillo que lo acompaña, la exquisitez de la liza de carnes blanquísimas y todo ello coloreado por el rojizo amarillento del ají de vieja. Ají de vieja, me remarca Koky Tume; no ají de junta, así lo llaman en Sechura, acá es ají de vieja. Todos esos sabores producen una explosión en la boca. El arroz y el maíz son la base, la textura sobre la que se monta el sabor suave del pescado. El ají completa el trabajo. Un ají machazo, como para cortar borracheras.

—¿Y por qué el nombre de ají de vieja? —pregunto.

La tía Virginia nos cuenta que hace mucho tiempo vivía en Bernal una señora que era amante del ají. No podía comer sin un ají al alcance de la mano. Era de las que le dan una mordida al ají y se empujan una cucharada de comida. Bien, pues, esta señora con los años fue perdiendo los dientes uno por uno hasta que llegó el momento en que ya no pudo morder el ají. ¿Cómo hacer para seguir disfrutando de su ardiente amado?

Fácil. Empezó a moler el ají con su culantro y su ramita de hierba buena. Ahora el ají era una cremita sabrosona que picaba como culebra y que ella podía seguir disfrutando a pesar de ya casi no tener dientes.

La receta completa del ají de vieja nos la cuenta la tía Virginia: ají picante, de preferencia ají pinguita´e mono, más ají escabeche, sus buenas ramas de culantro, un par de ramitas de hierba buena y su toque de azafrán. Todo esto se licua y al final se le agrega su punto de harina de chufla pa’ que espese.

La boda debe su nombre a que era el plato que se acostumbraba servir en las bodas; pero también en las fiestas patronales, en las juntas de los domingos, y en cuanto bautizo, mayordomía y otras fiestas hubiera. Para prepararla hay que hervir el maíz amarillo toda la noche, ir cambiándole el agua nomás hasta que quede tierno; después de tanta ternura, se le da una chancada medio medio para que amase un poco y su buen punto de sal. “No hace falta más”, agrega la tía Virginia..

Eso sí, el pescado tiene que ser liza, sí o sí, liza del mar de Sechura; y es pescado pasado, no sudado, pasado. Cierto, pienso, sólo así el pescado conserva la exquisitez de su sabor original. Una carne blanquísima de un sabor que parece contener el mar y transportarnos al origen del mundo.

El ají de vieja nos ha dejado un suave resquemor en la boca que es necesario apagar. Koky Tume pide el primer par. Con él no puede ser de otro modo. “Cervecita de Dios”, exclama cuando llegan las primeras botellas mientras les propina un sonoro beso. Así, seguirán llegando las botellas mientras avanza la tarde en la bella Bernal.

Aquí llegan los Cantaritos de oro —señala Koky— a comer su arroz con boda. En realidad, todos llegan. En Bernal, la picantería de la tía Virginia es el lugar de visita obligada los domingos.

El que también llega después de un rato es el poeta Alejandro Cano. Arriba desde Piura, de corte, sequilloso, con ganas de beberse el mundo. Koky lo recibe con un vaso de cerveza helada y uno de los últimos platos de arroz con boda que quedan. Cano devora el plato con la facilidad con que devora buenos libros. ¿Qué tal está? —le pregunto—. Buenazo. Primera vez que lo pruebo, pero buenazo. Y no agrega más, porque, aunque es uno de esos poetas que conoce el peso semántico y la gracia lírica de nuestra lengua, ahora le faltan las palabras para describir este manjar.

Las cervezas siguen viniendo convocadas por Koky Tume. “¡Pide cerveza, hermanito, vayan a pensar que somos pobres!”, exclama. Más adelante, achispado por los néctares de Baco, Tume inventará la historia de que, durante la Guerra, cuando los chilenos entraron a Piura, no atacaron muchos pueblos del Bajo Piura, porque vieron pura bandera blanca en las casas y lo interpretaron como una señal de paz.

Con esa imagen de los chicheríos embanderados en Piura y con el sol que se vuelve rojizo antes de morir, nos vamos despidiendo de Bernal, ese lugar de la nostalgia donde siempre es grato volver.

Mientras nos tomamos “la del estribo”, suena como tema de fondo una canción de Los cantaritos de oro cuyo título expresa el anhelo más humano: “Quiero ser feliz”, y que a la letra dice:

Sabes que me siento mal

cuando no te he mirado,

y aunque sabes que te quiero

te burlas de mí.

 

Quisiera darte algo bueno

que te complaciera

y que te diera un recuerdo

para amarme así.

 

José Lalupú Valladolid.

De "Diccionario del amante de la cocina piurana".

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